lunes, 31 de marzo de 2014

Kôda Rohan y su traductor, Naoaki Shimada


Querid@s honobonian@s:
Nada en la naturaleza atiende a una sola voz, a una sola lengua, y cada una descubre a su manera distintos matices y niveles de comprensión en lo que retrata. Algunas avanzan con cuidado exquisito por todas las horas del día y conceden vocablos nuevos a cada nueva conquista con que la luz se adueña de manera diferente de todas las cosas. Otras son aptas para el mundo de las ideas y dividen como bisturís categorías, perfilan juicios y alumbran mediante proposiciones, como peldaños de una escalera hacia la claridad inteligible, lo que a primera vista es abstracto o está disperso. Otras están hechas para cantar.
Según cuenta Borges, Rafael Cansinos Assens era capaz de saludar a las estrellas en catorce idiomas clásicos y modernos; y Richard F. Burton soñaba en diecisiete, pero podía hablar algunos más. Ambos eran además traductores, lo que no es tan obvio como parece: la diferencia es la misma que la que media entre cualquier persona competente en su lengua materna y un escritor. La traducción recurre seguramente a varias fuentes que no tienen por qué estar presentes en la comunicación verbal estándar. Podríamos decir que reúne lo mismo que cualquier oficio: formación, habilidad, una paciencia infinita, amor por la materia que se forja y el incomprendido disfrute común a todas las actividades marginales; pero en lugar de subrayar todo eso, nos parece más revelador y estimulante volver a Borges y citar lo que él mismo dice de Burton: “del solitario oficio de escribir había hecho algo valeroso y plural”.
Esas pueden ser las cualidades que animan el espíritu del traductor literario, no muy distintas de las de un explorador geográfico o científico: el valor y una curiosidad innata que no se conforma con una visión unívoca y monolítica de la realidad.
En nuestra próxima reunión contamos con un invitado especial: Naoaki Shimada, traductor de oficio, que ha desempeñado su trabajo tanto en el ámbito empresarial contemporáneo, como en el terreno de la literatura. Se trata de un privilegio para nosotr@s, ya que ha sido el primero en dar voz en nuestra lengua a dos relatos largos de Kôda Rohan: La pagoda de cinco pisos y El samurái barbudo, ambos incluidos en el libro que afrontamos este mes. Una aventura que ha resuelto con un estilo limpio, bien compensado, en suaves periodos que no descuidan el ritmo de las palabras en español. Una aventura en la que se medía con Rohan, que reposa parte de su grandeza en dignificar de nuevo las voces de la tradición y descubrir en ella nuevas irisaciones, cuando la mayoría denostaba el pasado por un amor ciego a Occidente.  Una aventura plagada de reflexión, de anécdotas, de íntimas alegrías y, sin duda, numerosas dificultades, que nos hará revivir justo como haría cualquier explorador a la vuelta de su viaje conversando con sus amigos.
Agasajaremos a nuestro invitado con una cena temática (en un restaurante japonés, ¿a alguien le extraña?) donde quienes lo deseen podrán proseguir la tertulia, por lo que la sesión concluirá media hora antes de lo habitual.
ROHAN, Kôda: El samurái barbudo, traducción de Naoaki Shimada, Gijón, Ed. Satori, 2012
Lfont Tea Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 20:30 h.
Día 29 de abril
Un fuerte abrazo.

Pedro Pablo Ontoria

miércoles, 19 de marzo de 2014

Akutagawa y las luciérnagas



Querid@s honobonian@s:
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo de alfileres perforando el tapiz perfecto de una noche cálida? Hay canciones que no son la divinidad, pero no se detienen, porque quieren llegar a serlo. La vida, en este sentido, es como un mantra continuo. Y el objetivo de la vida es la vida misma, algo que las luciérnagas saben muy bien. Imagino que por eso no paran de cantar a su modo, aprovechando la única cualidad excepcional que les ha concedido la naturaleza.
Estos días la luna está en Virgo, y uno puede verla emerger ardiente como las mejillas de alguien muy joven o como una península flotante plagada de nerviosos volcanes. Nada se parece a lo del día anterior, hay un orden impreso en el curso de todas las cosas y, sin embargo, no es eso lo que pensáis, ¿verdad?
Las abejas han comenzado a visitar la espuma de los almendros y a los mitológicos cerezos. Juntamos lo que hemos leído, y oído, de esta y de la otra orilla, y nuestro discurso se vuelve entonces ondulante e imprevisible, justo como el itinerario de cualquier abeja.
El orden que subyace en todo esto es el mismo que hay en cualquier juego. La primera vez que Hölderlin cayó en mis manos pensé precisamente “se trata de un juego… y aún no he descubierto las reglas”. Akutagawa temió durante toda su vida, dicen, ser atrapado por ese mismo juego. Una angustia confusa hacia el futuro, la sombra de una época feudal, un mundo transparente (azulado) como el hielo, el desgaste del instinto vital.
Ignoro si Hölderlin y Akutagawa miraban del mismo modo a la nada, y si veían los mismos fantasmas. Podría decir que el territorio que ocupa la razón es infinitamente más pequeño que el queda fuera y que, según eso, todos corremos el riesgo inminente de caer al vacío. ¡Pero qué sabemos ninguno de estas cosas!
Será más fácil decir que ambos habían perdido el objetivo de la vida, ese que conocen las luciérnagas, las abejas… pero que su canción contenía, de cualquier forma, los rasgos de lo divino. Que acaso el último salto, bien para hundirse en la locura o bien para desprenderse de cualquier riesgo de caer en ella, fuera un salto hacia un reflejo de la divinidad. Desde la que cada uno alberga hasta la que cada uno anhela.
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo? Nosotros, reunidos en torno a una mesa, somos algo así. Estallidos de ideas, posesos iluminados alternativamente por el eco de una luna rosada que regala a sus discípulos una frase bien compuesta, personas que escuchan a luciérnagas semejantes. Honobono, campo de luciérnagas donde todo el mundo tiene razón.
AKUTAGAWA, Ryûnosuke: Vida de un idiota, y otras confesiones, traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera, Gijón, Ed.Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 25 de marzo
Un fuerte abrazo.
Pedro Pablo Ontoria

sábado, 8 de marzo de 2014

Condecoración del Dr. Carlos Rubio López de la Llave


Querid@s honobonian@s:

El pasado jueves 6 de marzo, el Embajador del Japón en España, Sr. Satoru Satoh, impuso en su residencia de Madrid la “Condecoración de la Orden del Sol Naciente” de Su Majestad el Emperador del Japón al Dr. Carlos Rubio López de la Llave.

Gracias a la generosidad y al afecto que el Prof. Carlos Rubio nos dispensa, una minúscula representación de nuestro grupo de lectura, compuesta por Mercedes Martínez, Marien Flores (Enedina), Pilar de Luis y quien suscribe, pudo estar presente en el acto, y transmitir en nombre de tod@s nuestra más emocionada felicitación a quien es guía y razón de ser del Club Honobono, que nació a su sombra y en sus aulas.

También queremos agradecer a la secretaría del Sr. Embajador la consideración que tuvo excepcionalmente con nosotr@s, ya que contábamos únicamente con una invitación para su titular y un acompañante. Desde el principio, nuestro grupo de lectura se ha visto tocado por la suerte, por la bondad de los kami de esta o de aquella orilla, o por vientos benéficos y favorables (que cada cual elija según sus creencias), y detrás de nuestra presencia y participación en el acto que honró a nuestro maestro tenemos que reconocer, una vez más, una mano buena.

Nos gustaría trasladaros cada minuto de aquella velada… ¡y lo intentaremos en nuestra próxima reunión! Pero en tanto llega, permitid que compartamos ahora lo que tenemos: la fotografía que encabeza esta entrada y las palabras que sirvieron para contarles a todos cómo es el Dr.Carlos Rubio López de la Llave en su faceta de profesor.

Pero antes, una última cosa. A la mañana siguiente de la celebración del acto, él mismo volvía a escribirnos así: “Como dije ayer, esta medallita es también vuestra –de Honobono muy señaladamente-. Así que, omedetoo. Un abrazo”

No comentaré más, porque no es necesario, y porque en las líneas que siguen ya quisimos reflejar, como veréis, lo mejor que pudimos su grandeza de espíritu.


Excmo. Sr. Embajador,  Dr. Carlos Rubio, señoras y señores,

Hablo en nombre de los alumnos que el Prof. Rubio López de la Llave ha tenido a su cargo a lo largo de los años, y quisiera que tomaran mis palabras como testimonio de lo que cualquiera de ellos podría haber contado hoy aquí, porque las historias aún con distinta voz habrían sido, sin duda, muy parecidas.

El primer curso que tomé con el Prof. Carlos Rubio se titulaba “Literatura clásica japonesa” y ya entonces descubrí en él las dos cualidades que me convertirían en alumno incansable de su magisterio.

En primer lugar, sus conocimientos excedían con mucho el programa de la asignatura. Y en segundo lugar, se trataba de una persona cercana y asequible, a pesar del halo que su grado de especialización y su curriculum le conferían.

Me explicaré en pocas palabras: el Prof. Carlos Rubio no sólo era capaz de adentrarnos en la literatura japonesa del siglo VIII, donde comenzaba nuestro viaje, sino que situaba hechos, autores, obras y personajes en un espacio geográfico, histórico e incluso natural muy concreto. Su visión era completa, documentada y apasionada, y extendía ante nosotros no sólo cada período de una forma académica, sino que pretendía desempolvar el mundo en el que se habían desenvuelto los hombres y mujeres que atraían nuestra atención, muchos siglos después, en el lejano otoño de Madrid.

Mi perplejidad no conocía límites: aquel profesor de literatura, no sólo era experto en lengua e historia de Japón, sino también en botánica, hablaba de la floración de la camelia y de la blancura del abedul, conocía las aves y llamaba jardines a los movimientos literarios. No es de extrañar que sus clases de literatura nos transportaran a otro tiempo y a otro espacio. Lugares que poseían la capacidad de darnos refugio y que tenían, como todo sueño, sus propios sonidos: natsu, hototogisu, aki, momiji

El Prof. Carlos Rubio sembraba en nosotros, a través de la estética, una curiosidad insaciable por el universo japonés. Como si fuéramos insignificantes viajeros nos depositaba entre las páginas del Kojiki, del Genji Monogatari, del Makura no sôshi, del Heike Monogatari y nos incitaba a emprender camino provistos de raras y útiles herramientas que servirían para iluminar un paisaje hasta entonces, para nosotros, desconocido: mono no aware, miyabi, mujôkan, wabi sabi, yûgen… Palabras que sonaban como los ingredientes de un hechizo del que aún desconocíamos las consecuencias, pero al que ya estábamos entregados. No exagero si digo que, en mi caso particular, hizo de aquel primer trimestre una época feliz.

He dicho que la cercanía es otra de sus virtudes. Como ya todos saben, el Prof. Carlos Rubio es filólogo, lexicógrafo, traductor y docente, y cuando yo lo conocí contaba en su haber con la publicación de dos diccionarios, un manual de estudio pionero en nuestra lengua y, que yo supiera, seis traducciones de obras capitales de la literatura japonesa, con sus correspondientes prólogos y estudios preliminares. Así que esperaba que entre él y su alumnado se extendiera un abismo poco menos que infranqueable.

Todos sabemos que el éxito y el renombre hacen que muchas personas pierdan el contacto con el suelo y no reconozcan ya a sus semejantes. Las esferas académicas, institucionales y administrativas inflan como globos sonda a hombres y mujeres que no son capaces de sustraerse al papel efímero que juegan. Además, el esfuerzo solitario de quienes abren camino en cualquier disciplina acaba con frecuencia por crear individuos enclaustrados que se defienden poniendo distancia del mundo contemporáneo que sólo surte insatisfacción.

Nada de todo esto ha hecho presa en el Prof. Carlos Rubio.

Ludwig Wittgenstein, quizás el filósofo más valiente y original del siglo pasado, decía que todos necesitamos una tarea prosaica que cumplir para que se nos vaya todo ese humo y retorcida sublimación que nos rodea.

La humildad se basa en algo así: en un conocimiento directo de las cosas. Y como di a entender antes, el Prof. Carlos Rubio extrae de la naturaleza esa lección, la destila en largas horas de trabajo solitario con las palabras y la difunde en cada una de sus clases.

Él es, de hecho, un divulgador. Pero no como los eruditos que sólo conocen de oídas. Su amor por el viaje, por el sabor de los alimentos, por la etimología del léxico, por el color de las estaciones y hasta por la onomástica de las piedras, hacen de él un divulgador insólito. Alguien que no impone sus hallazgos, y que luce una pasión contenida, tensa y sutil como la cuerda de un arco. El mentor ideal con quien acercarse al obsequio inagotable que es para nosotros Japón.

El corazón de una persona es su casa. Y la hospitalidad, el más alto grado de cercanía. El Prof. Carlos Rubio no sólo brilla por la excelencia de sus conocimientos, no sólo estrecha lazos cordiales con sus alumnos, no sólo es guía y maestro, sino que además abre su propia casa y en compañía de Ana, su esposa, otorga el título de amigo a quienes hasta entonces eran sólo meros estudiantes.

Cuando le felicité por la concesión del honor que hoy se le impone, y que es un orgullo para quienes le seguimos, se excusó con humildad sincera y me pidió que repitiera hoy aquí estas palabras que recordé de otro profesor de la Universidad Complutense, D. Andrés Amorós, que decía: “la tarea de escritor, de traductor, de investigador… es tan ardua, solitaria y marginal que, en las pocas ocasiones que se dan, los vítores públicos no han de ser tomados como frívola concesión al ego, sino que al contrario, se trata de laureles merecidos, que cumplen la función de abonar el espíritu esforzado, de regar su parterre -generalmente ignorado por la comunidad- y que son, sobre todo, un empujón, un aldabonazo nutritivo –como si dijéramos- para que persevere en la contienda.”

Y quiero acabar con estas otras de un hombre polifacético y bueno, espejo al que apuntan las cualidades que aquí he dibujado: “Te encuentres con quien te encuentres, siempre será alguien con el que hayas comido manzanas o viajado en el mismo tren. Por lo tanto, como tú mismo has dicho antes, lo mejor es buscar la verdadera felicidad para los otros”. Miyazawa Kenji

Muchas gracias – Arigato gozaimasu

Pedro Pablo Ontoria
(Madrid a 6 de marzo de 2014)