miércoles, 19 de marzo de 2014

Akutagawa y las luciérnagas



Querid@s honobonian@s:
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo de alfileres perforando el tapiz perfecto de una noche cálida? Hay canciones que no son la divinidad, pero no se detienen, porque quieren llegar a serlo. La vida, en este sentido, es como un mantra continuo. Y el objetivo de la vida es la vida misma, algo que las luciérnagas saben muy bien. Imagino que por eso no paran de cantar a su modo, aprovechando la única cualidad excepcional que les ha concedido la naturaleza.
Estos días la luna está en Virgo, y uno puede verla emerger ardiente como las mejillas de alguien muy joven o como una península flotante plagada de nerviosos volcanes. Nada se parece a lo del día anterior, hay un orden impreso en el curso de todas las cosas y, sin embargo, no es eso lo que pensáis, ¿verdad?
Las abejas han comenzado a visitar la espuma de los almendros y a los mitológicos cerezos. Juntamos lo que hemos leído, y oído, de esta y de la otra orilla, y nuestro discurso se vuelve entonces ondulante e imprevisible, justo como el itinerario de cualquier abeja.
El orden que subyace en todo esto es el mismo que hay en cualquier juego. La primera vez que Hölderlin cayó en mis manos pensé precisamente “se trata de un juego… y aún no he descubierto las reglas”. Akutagawa temió durante toda su vida, dicen, ser atrapado por ese mismo juego. Una angustia confusa hacia el futuro, la sombra de una época feudal, un mundo transparente (azulado) como el hielo, el desgaste del instinto vital.
Ignoro si Hölderlin y Akutagawa miraban del mismo modo a la nada, y si veían los mismos fantasmas. Podría decir que el territorio que ocupa la razón es infinitamente más pequeño que el queda fuera y que, según eso, todos corremos el riesgo inminente de caer al vacío. ¡Pero qué sabemos ninguno de estas cosas!
Será más fácil decir que ambos habían perdido el objetivo de la vida, ese que conocen las luciérnagas, las abejas… pero que su canción contenía, de cualquier forma, los rasgos de lo divino. Que acaso el último salto, bien para hundirse en la locura o bien para desprenderse de cualquier riesgo de caer en ella, fuera un salto hacia un reflejo de la divinidad. Desde la que cada uno alberga hasta la que cada uno anhela.
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo? Nosotros, reunidos en torno a una mesa, somos algo así. Estallidos de ideas, posesos iluminados alternativamente por el eco de una luna rosada que regala a sus discípulos una frase bien compuesta, personas que escuchan a luciérnagas semejantes. Honobono, campo de luciérnagas donde todo el mundo tiene razón.
AKUTAGAWA, Ryûnosuke: Vida de un idiota, y otras confesiones, traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera, Gijón, Ed.Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 25 de marzo
Un fuerte abrazo.
Pedro Pablo Ontoria

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