martes, 10 de junio de 2014

Izumi Kyôka y la comprensión de los románticos



Querid@s honobonian@s:
Llegado el momento, Nathaniel Hawthorne tranquilizó a Melville revelándole que quienes dan forma y semblante a los monstruos que habitan la parte más tenebrosa del alma humana disfrutan, en realidad, de un sueño plácido. Y que, sin embargo, los peores tormentos martillean las noches de las personas que ocultan bajo una apariencia pacífica y ajustados modales los abismos de nuestra condición. Como si los humores de los pantanos más oscuros de la mente se vieran apresados y atentaran contra sus carceleros, pugnando enloquecidos por encontrar una salida.
Un nuevo concepto de inocencia. Hawthorne, como Melville, hurgó en la esencia del mal. En los andamios de un mal sólido y premeditado. Alguien tenía que hacerlo, para desnudar todos los flancos de la comunidad, de la familia, del individuo. Los héroes del romanticismo occidental llevaron a cabo misiones así. Y por eso pudieron proclamarse inocentes. Y dormir en consecuencia abrazados a un nuevo tipo de pureza.
En el mismo barco y a la vez, romanticismo, realismo y naturalismo alcanzaron las costas de Japón. Ante la gran avalancha de ideas, estética, motivos, tratamiento de las emociones, enfoques sociales, influencias y nombres, los autores y artistas japoneses se posicionaron cada cual según propia sensibilidad, inclinación y dotes al lado de uno u otro movimiento y actitud vital. Izumi Kyôka eligió convertirse en un autor romántico.
Ni Hawthorne, ni Allan Poe, ni Melville vivían ya cuando él publicó sus primeros relatos. Todos ellos, contemporáneos entre sí, evocaban la memoria de un tiempo del que apenas quedaban sugerentes brumas. Incluso Melville, el más longevo, había pasado sus últimos treinta años sentado en una oficina de aduanas, sin escribir nada reseñable. Paradójico destino para un aventurero, novelista y poeta.
 El romanticismo ensanchó los márgenes de nuestra imaginación y dispuso peldaños tanto para descender al horror como para trepar a la gloria. No es extraño, por tanto, que santos y brujas confraternicen en las páginas de Izumi Kyôka, porque ambos comparten con el mismo derecho un solo territorio. Una montaña, el alma. Y no es extraño que una visión decida una vida, que un secreto no pactado selle unos labios durante décadas, que la muerte acuda para unir amantes y que los purifique. Algo que también quiso enseñar Hawthorne a Melville.
Para la próxima sesión leeremos los cuatro relatos que contiene el siguiente libro:
IZUMI, Kyôka: El santo del monte Koya y otros relatos, traducción de Susana Hayashi, Gijón, Ed. Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/ Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 24 de junio
Un fuerte abrazo.

Pedro Pablo Ontoria


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