lunes, 15 de septiembre de 2014

Ihara Saikaku y la visita del Prof. Carlos Rubio


Querid@s honobonian@s:

La literatura japonesa tiene la capacidad de llevarnos a lugares donde nunca hemos estado antes. Y los casos que relata Ihara Saikaku son algunas de esas nuevas estancias.

Cuando era niño, cada sábado al despertarme, leía siempre la misma colección de cuentos que mi padre me había regalado en mi primera visita a la Feria del Libro de Madrid. Era una costumbre invariable: de pie en la cama escoger siempre el mismo volumen de 350 páginas y elegir una o dos de aquellas historias ilustradas; volver a arroparse, anidar de nuevo en el calor y la seguridad de tu propia cama y leer, como si en ello se resumiera lo más importante del mundo.

El rito conducía, también invariablemente, a un mismo final: acabado cada relato, volvía a levantarme, abría una enorme caja de bombones y elegía uno. Un cuento, un bombón. No importa si el dulce se consideraba un aliciente o una celebración, si era el festín que coronaba cada historia o el estímulo que presidía la siguiente. El maridaje era perfecto y no había nada que cambiar.

La literatura japonesa tiene la capacidad de llevarnos a lugares donde nunca hemos estado antes, aunque algunos nos resulten extrañamente familiares. Nuestra memoria, tan fiable como un tonel plagado de agujeros, apenas retiene una décima parte de la sustancia de las historias que escuchamos de niños o que leímos en la adolescencia. Pero una misma acción, repetida con el respeto y la fidelidad que corresponde a todo rito, imprime en el roble al que confiamos nuestros sueños el sabor indisoluble de la persona que queremos llegar a ser. Y la transformación no se detiene en ningún momento a lo largo de la vida.

Igual los personajes de Saikaku. Pobladores de un mundo flotante, caracterizado por la fugacidad y la inconsistencia, se reafirman en el amor o asumen con dignidad su pérdida, veneran a la persona que el destino ha elegido para ellos o elevan montículos en recuerdo de aquel al que amaron, se abren el vientre u optan por el retiro y la vida religiosa siendo muy jóvenes, pero todo lo afrontan con espíritu de servicio y fidelidad, de goce y de comprensión, hábiles intérpretes del siglo que les ha tocado vivir.

Nada de ello habría sido posible si, por otra parte, no se sintieran acólitos de un orden mayor, si no entendieran que en la llamada Vía del amor viril habita, precisamente, la quintaesencia del amor. El amor despojado de los adornos y distracciones que lucen como fosforescencia en las relaciones heterosexuales. Un amor igualmente poblado de lunas, de relaciones cruzadas, de promesas que abarcan más de una vida, de objetos cotidianos como paraguas o lubinas o artículos de papelería. Un amor confinado en los límites de la adolescencia o cercenado con frecuencia por muertes prematuras. Un amor igual al otro y a la vez distinto. Aquilatado, de cualquier forma, y destilado en sus mejores virtudes. Un amor que, iniciado por el inaprensible deseo de un cuerpo, desemboca una y otra vez en la sublimación de los afectos y en la superación de la adversidad.

Y es paradójico que el mismo deseo que arruina la vida de un asceta y de bonzos y de contables corruptos sirva para desentrañar las mejores virtudes de jóvenes hermosos o de samuráis adultos. Así que es, además, un amor que desenmascara. Un amor como la hoja de un sable, frente a la que se revela en cada uno lo que realmente es.

Es la nueva estancia a la que estamos invitados. Donde, uno tras otro, los cuarenta relatos que componen los dos volúmenes de El gran espejo del amor entre hombres (Nanshoku Ôkagami) concluyen con una intensa descarga de emoción. Procedente de una fuente nueva, eso sí, como si el dulce que les corresponde fuera, por ejemplo… un caqui confitado, adquirido en cualquier tienda de barrio de Japón.

El Prof. Carlos Rubio López de la Llave, traductor de la obra que tratamos este mes, director de la colección correspondiente en Satori Ediciones y maestro de muchos de nosotros, ha accedido a acompañarnos y guiarnos en esta ocasión. Agradecemos con alegría su presencia.

Será el próximo día 30 de septiembre de 2014, de 19:00 a 21:00 h., como siempre en Lfont Tea Mountain (dirección al margen).

Un fuerte abrazo.


Pedro Pablo Ontoria

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