sábado, 26 de marzo de 2016

El álbum de Tanizaki



Muchas veces los relatos de Tanizaki avanzan como una larga y profunda espiración, como la llama de una vela viajando hacia su centro. Estratégicamente ubicados dentro una precisa geografía urbana y temporal, sus personajes progresan hacia la cara oculta de la psique humana. Se trate o no de la sombra de la que hablaba Jung, cada uno de ellos espía la intimidad del otro o conoce su historia para mirarse de esa forma en un espejo que solo a los menos avezados les parece ajeno. Los pintores que transitan por sus cuentos, igual que el alter ego que siempre lleva consigo una libreta escondida en la pechera, intentan reproducir un mundo secreto donde la belleza y el amor rozan con la obsesión y la demencia. Uno de los aciertos de Tanizaki consiste en avanzar por ese territorio sin caer en la caricatura.
En lugar de optar por cualquiera de las corrientes dominantes en su juventud, el Naturalismo y la “Novela del yo” (Watakushi shôsetsu), Tanizaki desafía desde el principio a sus lectores arrastrándolos fuera de los límites de la realidad. Se trata de una labor concienzuda y bien planeada que, para empezar, se sirve siempre de referencias espaciales conocidas, de documentos históricos o periodísticos y del frecuente empleo de la primera persona. Dota así de veracidad al arranque de cada una de sus narraciones para que la evolución de los acontecimientos no pierda lastre y asombre al desprevenido lector como nunca lo habría hecho un relato absolutamente fantástico.
Es un viaje que comienza hacia 1910 con sus primeros artículos y cuentos, como Tatuaje (Shisei), el primero de la colección que estamos leyendo estos meses. Conmueve descubrir cómo solo un par de años antes, en 1908, un jovencísimo Tanizaki posa sentado en una fotografía de grupo como estudiante de la Preparatoria de la Universidad de Tokio. A su lado, el famoso Inazô Nitobe, su profesor, cosmopolita, pacifista y cristiano, que iluminó las ansias de modernidad de tantos jóvenes durante sus años de magisterio tanto en Sapporo como en Tokio. Viendo aquella imagen, en la que ambos ladean con idéntica dignidad la cabeza atraídos por un imaginario foco a nuestra izquierda, uno no puede dejar de pensar en las insólitas e irreverentes ideas que debían de bullir ya en la mente del alumno.
Pero en el álbum familiar de Tanizaki hay otra fotografía mucho más elocuente, está tomada en 1938, cuando el novelista tiene 52 años de edad. Junto a él, Ayuko, su única hija. Contrariamente a lo que muchos osarían pensar, Tanizaki era un padre devoto y afectuoso, como prueba su correspondencia con la joven. Fue precisamente el nacimiento de aquella criatura lo que le hizo plantearse ciertas cuestiones. En mayo de 1916 escribe en el diario Chûô kôron: «El 14 de marzo fui padre por primera vez. Quienes me conocen personalmente se sorprendieron mucho al saber la noticia. Yo mismo me sentí como si me hubiera topado de repente con un acontecimiento inesperado. […] ¿Por qué detestaba tanto a los niños? Porque era un completo egoísta. […] Además tenía miedo de que la llegada de un niño estropeara mi arte. Creía que si mi egoísmo se extinguía, mi arte se perdería con él… Di prioridad al arte y dejé a la vida en segundo lugar.»
Entre la primera y la segunda instantánea han trascurrido 30 años, y para entonces el decadentismo europeo de comienzo de siglo que tanto había influido en su elección de una temática «gótica, grotesca, hedonista, sexo-maníaca, inmoral y diabólica», en palabras de Hisaaki Yamanouchi, ha dejado paso a un interés casi obsesivo por las relaciones conyugales, siempre difíciles y extravagantes, y por el amor filial, no exento de idealismo. El segador de cañas (Ashikari), de 1932, es un buen ejemplo de ello. Como lo es también de su defensa de la importancia de la estructura y del argumento frente a los postulados de Akutagawa, que en 1927 se había manifestado abiertamente en contra de Tanizaki y había abogado más bien por la importancia de la «profundidad del espíritu poético frente al argumento».
De todo ello y especialmente de los Cuentos de amor publicados por Alfaguara conversaremos el próximo martes en compañía de nuestra querida Twiggi Hirota, traductora de Tanizaki y una de las fundadoras de Honobono.
Lfont Tea Mountain
Día 29 de mayo de 2016
De 19:00 a 21:00 h.

Un abrazo


Pedro Pablo Ontoria

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