domingo, 23 de noviembre de 2014

Osamu Dazai



Querid@s honobonian@s:

Indigno de ser humano, la obra de Osamu Dazai (traducción de Montse Watkins, Sajalín Editores, Barcelona, 2010) que trataremos este mes, no es un libro fácil. Igual que un viaje a un país olvidado donde la gente sonríe a pesar de la miseria en que vive, esta novela despliega la verdad desnuda acerca de muchas cosas, con la diferencia de que en ella nadie sonríe.

Un narrador misterioso encuentra tres fotografías y, según presumimos, algunos cuadernos. Conocemos a Osamu Dazai: El ocasoOcho escenas de Tokio y Colegiala. Y sabemos que un trasfondo biográfico subsiste en la mayoría de sus relatos. No vamos a repetir ahora lugares comunes sobre la posibilidad de escapar o no de lo biográfico, ni sobre el alcance de la imaginación, ni siquiera sobre la Teoría de los mundos posibles... Así que diremos solo que para decir la verdad como la dice Dazai hace falta estar hundido en ella con todas sus consecuencias. Hace falta convertirse en un ser marginal para desvelar la hipocresía:

"No tengo el menor interés en eso que los libros de texto llaman moral. Me cuesta entender que el ser humano viva o quiera vivir con pureza, claridad y felicidad en medio de toda esta mentira humana. Nunca me han explicado la razón de esta habilidad." (p.24)

La contradicción late en cada página. El mundo derruido que Dazai retrata requiere precisamente de los ingredientes que rechaza, pero el novelista no es un juez ni tiene por qué serlo. Le basta, de hecho, con situar "un espejo al lado del camino..." Así que Yozo se adapta y adquiere una identidad falsa, se convierte en un camaleón, se convierte en un bufón indolente y miserable sobre el que de vez en cuando se derraman destellos de ternura. Labor que corresponde, por supuesto, a la mujer. A una entre la muchedumbre de otras que le hieren sin piedad. La mujer salvífica de la literatura universal que en Indigno de ser humanoes una camarera, Tsuneko.

"A mí, que estaba temblando de miedo, estas palabras me calmaron de una forma extraña. Y no era porque ya no debía preocuparme del dinero. Me dio la impresión de que estando junto a ella no había nada que temer." (p.53)

Aunque, ya sabemos, a nuestro protagonista no le está permitida la dicha duradera.

"Pero solo duró una noche. Al abrir los ojos por la mañana, me levanté de un salto y volví a ser el bufón superficial de siempre. Los cobardes temen hasta la felicidad." (p.55)

Yozo, de alguna manera es nuestro mártir. Representante de la belleza obscena frente a la belleza "honrada" del fiscal, delincuente que haya satisfacción en el trato humillante que merece, farsante que echa mano de la astucia para escapar a la misma condena que le hubiera redimido, parásito, débil y estúpido complaciente, medida de lo que un ser humano puede hacer o no hacer para precipitarse en el absurdo.

"En casa de El lenguado, el aprendiz siempre preparaba la comida, y en una bandeja aparte, se la llevaba al parásito de la primera planta tres veces al día." (p.69)

"(...) no podía controlar mi inclinación desesperada a complacer a la gente" (p.73)

Pero no hay una, sino muchos tipos de inteligencia, y Yozo apunta con claridad a una de las posibles razones de su vida de fracasado: la ambigüedad con que se han dirigido siempre a él.

"Años más tarde pensé que si El lenguado me hubiera dicho las cosas claras y simples, me hubiese ido mucho mejor. Pero su innecesaria cautela, mejor dicho, las apariencias incomprensibles de la sociedad, me obligaron a pasar por toda una serie de experiencias amargas." (p.70)

"¿Por qué no me dijo que mi familia enviaría el dinero necesario? Con sólo hacerlo yo hubiera podido tomar enseguida la decisión de estudiar; pero se limitó a dejarme a oscuras." (p.71)

Yozo se lleva, de cualquier forma, la peor parte en la tragicomedia de la vida en sociedad: nadie le cree cuando es sincero y en cambio todos toman en serio sus bufonadas.

Luego le mantendrá Shizuko, la periodista, y él se enreda una vez más en el bucle insano de la dependencia y la frustración. (vid. paf. 79)

Como Naoji en El ocaso, nuestro protagonista viaja entre la indolencia y la ruindad, y cada vez se hunde más en el alcohol. Pero, como si fuéramos capaces de escuchar en Japón los ecos de Joseph Roth, también nuestro borracho es capaz de elevar la voz al cielo y rezar al Dios cristiano:

"Son buenas... Dios mío, si puedes escuchar la plegaria de alguien como yo, concédeme la felicidad, aunque sea una sola vez en la vida" (p.85)

La huida posterior es, por supuesto, la respuesta de Dios. La que permite que al menos ellas, madre e hija, sean felices cuando Yozo desaparece de sus vidas. De hecho, son una y otra vez, las mujeres que le obligan a lo largo de la historia a sentir, a tomar partido y a vivir, en una palabra.

Primo Levi tituló su novela más conocida con la prótasis de una condicional: Si esto es un hombre. Si en aquel caso era la guerra, el racismo contra los judíos, el campo de concentración y la barbarie nazi los que privaban al autor-narrador-protagonista de la base mínima sobre la que asentar su dignidad, y con ella lo minaban en lo más profundo de su ser, en la novela de Dazai es un cóctel mucho más sutil, más cercano, menos reprensible, más tolerado, mejor instituido y sin duda más duradero el que agrede a Yozo y le envenena, haciéndole creerse indigno. Como si "ser humano" incluyera obligatoriamente la necesidad e imposición de cumplir con una cuota mínima de excelencia, como si ser humano no consistiera precisamente en ser capaz de hacerse preguntas, en tomar conciencia de sí para ejercer la libertad, en posicionarse frente a la comunidad o frente a un país entero, en elegir.

"De repente, vomité. Era la primera vez que vomitaba sangre. La mancha roja sobre la nieve pareció una gran bandera del Sol Naciente.  Me puse en cuclillas y, llenándome las manos de nieve limpia, me la restregué por el rostro lleno de lágrimas." (p.109)

Lftont Tea Mountain
Día 25 de noviembre de 2014
De 19:00 a 21:00 h.

Un abrazo.

Pedro Pablo Ontoria