Muchas veces los relatos de Tanizaki avanzan como una larga y
profunda espiración, como la llama de una vela viajando hacia su centro.
Estratégicamente ubicados dentro una precisa geografía urbana y temporal, sus
personajes progresan hacia la cara oculta de la psique humana. Se trate o no de
la sombra de la que hablaba Jung, cada uno de ellos espía la intimidad del otro
o conoce su historia para mirarse de esa forma en un espejo que solo a los menos
avezados les parece ajeno. Los pintores que transitan por sus cuentos, igual
que el alter ego que siempre lleva
consigo una libreta escondida en la pechera, intentan reproducir un mundo
secreto donde la belleza y el amor rozan con la obsesión y la demencia. Uno de
los aciertos de Tanizaki consiste en avanzar por ese territorio sin caer en la
caricatura.
En lugar de optar por cualquiera de las corrientes dominantes
en su juventud, el Naturalismo y la “Novela del yo” (Watakushi shôsetsu), Tanizaki desafía desde el principio a sus lectores arrastrándolos
fuera de los límites de la realidad. Se trata de una labor concienzuda y bien
planeada que, para empezar, se sirve siempre de referencias espaciales
conocidas, de documentos históricos o periodísticos y del frecuente empleo de la primera persona. Dota así de veracidad
al arranque de cada una de sus narraciones para que la evolución de los
acontecimientos no pierda lastre y asombre al desprevenido lector como nunca lo
habría hecho un relato absolutamente fantástico.
Es un viaje que comienza hacia 1910 con sus primeros artículos
y cuentos, como Tatuaje (Shisei), el primero de la colección que
estamos leyendo estos meses. Conmueve descubrir cómo solo un par de años antes,
en 1908, un jovencísimo Tanizaki posa sentado en una fotografía de grupo como
estudiante de la Preparatoria de la Universidad de Tokio. A su lado, el famoso Inazô
Nitobe, su profesor, cosmopolita, pacifista y cristiano, que iluminó las
ansias de modernidad de tantos jóvenes durante sus años de magisterio tanto en
Sapporo como en Tokio. Viendo aquella imagen, en la que ambos ladean con idéntica
dignidad la cabeza atraídos por un imaginario foco a nuestra izquierda, uno no
puede dejar de pensar en las insólitas e irreverentes ideas que debían de
bullir ya en la mente del alumno.
Pero en el álbum familiar de Tanizaki hay otra fotografía
mucho más elocuente, está tomada en 1938, cuando el novelista tiene 52 años
de edad. Junto a él, Ayuko, su única hija. Contrariamente a lo que muchos
osarían pensar, Tanizaki era un padre devoto y afectuoso, como prueba su
correspondencia con la joven. Fue precisamente el nacimiento de aquella
criatura lo que le hizo plantearse ciertas cuestiones. En mayo de 1916 escribe
en el diario Chûô kôron: «El 14 de
marzo fui padre por primera vez. Quienes me conocen personalmente se
sorprendieron mucho al saber la noticia. Yo mismo me sentí como si me hubiera
topado de repente con un acontecimiento inesperado. […] ¿Por qué detestaba
tanto a los niños? Porque era un completo egoísta. […] Además tenía miedo de
que la llegada de un niño estropeara mi arte. Creía que si mi egoísmo se extinguía,
mi arte se perdería con él… Di prioridad al arte y dejé a la vida en segundo
lugar.»
Entre la primera y la segunda instantánea han trascurrido 30
años, y para entonces el decadentismo europeo de comienzo de siglo que tanto
había influido en su elección de una temática «gótica, grotesca, hedonista,
sexo-maníaca, inmoral y diabólica», en palabras de Hisaaki Yamanouchi, ha
dejado paso a un interés casi obsesivo por las relaciones conyugales, siempre difíciles
y extravagantes, y por el amor filial, no exento de idealismo. El segador de cañas (Ashikari), de 1932, es un buen ejemplo
de ello. Como lo es también de su defensa de la importancia de la estructura y del
argumento frente a los postulados de Akutagawa, que en 1927 se había
manifestado abiertamente en contra de Tanizaki y había abogado más bien por la
importancia de la «profundidad del espíritu poético frente al argumento».
De todo ello y especialmente de los Cuentos de amor publicados por Alfaguara conversaremos el próximo
martes en compañía de nuestra querida Twiggi
Hirota, traductora de Tanizaki y una de las fundadoras de Honobono.
Lfont Tea Mountain
Día 29 de mayo de 2016
De 19:00 a 21:00 h.
Un abrazo
Pedro Pablo Ontoria