Queridos honobonianos:
Salvo unos cuantos ingenuos, no hay mucha gente que crea hoy en los ángeles. Y sin embargo las bóvedas de media Europa se hallan pobladas de serafines, querubines y otros tantos seres alados. Judíos, cristianos y musulmanes les han encargado la tarea de cantar alabanzas a Dios y han confiado en ellos para que mediaran entre los hombres y la divinidad.
En el sintoísmo, esa misteriosa religión sin un corpus conocido pero rica en símbolos y manifestaciones, también hay música celeste y una jerarquía de mensajeros que conecta el cielo con la tierra. Itsuo Tsuda lo cuenta de pasada en un libro inencontrable en España titulado La Vía de los Dioses. En Japón —dice el autor— los dioses no transmiten los mensajes por sí mismos y poco menos que se desentienden de los asuntos humanos; para una labor tan humilde cuentan con los llamados dioses terrestres, que además de ciertos animales y algunos médiums, realizan la función de transmitir al género humano sus altos deseos y sus órdenes irrebatibles.
Y es curioso, porque el mismo halo de inefable santidad se respira igual en el interior de una catedral gótica que ante el haiden o capilla de un santuario shinto. Hay una suave música en ambos, una suave melodía semejante al murmullo que se dice al oído.
Hay quien dice en algunos países occidentales que es la voz del Arcángel Gabriel, el que anuncia los acontecimientos venturosos e interpreta los sueños de los profetas. En Japón, ese mismo rumor procede de hombres y mujeres de antaño que cantan desde el fondo del mar, desde la oscura espesura de los tupidos bosques de bambú o desde lo que fue un calcinado campo de batalla. Procede de las gargantas de las memoriosas kataribe, que recitaban historias antiguas para el bien de las generaciones futuras. Y procede en fin de animales mitológicos, de árboles talados y de dioses cercanos, que componen una miríada de santas estrellas en el universo cercano de todos los días.
Hoy casi nadie cree ya en los ángeles, pero ellos siguen cantando. Cantan entre nosotros, baten con púas y plectros cuerdas abrasadas por el escepticismo y la falta de imaginación. Y si el Arcángel Gabriel decidiera encarnarse, lo haría seguramente en la piel de un capitán alegre que agita su batuta y entona melodías para sus hombres ignorando la sordidez de las trincheras. Un capitán como el que abre el libro que leemos este mes.
El arpa birmana, de Michio Takeyama.
LFONT TEA MOUNTAIN (http://lfontteamountain.blogspot.com.es)
Martín de los Heros, 37 (Metro Argüelles)
MARTES 29 de MAYO de 19:00 a 21:00 h.
Un abrazo
Pedro Pablo Ontoria