Los pueblos del mundo se relacionan entre sí de un modo
inimaginable y secreto, igual que se abrazan bajo el suelo las raíces de los
árboles de un bosque. La primera vez que llegué a Kioto y, aún con la maleta,
me sumergí en una de las tiendas que rodeaban la estación de tren, tuve la clara
sensación de haber estado allí antes. Efectivamente había sido tiempo atrás,
durante mis años de estudiante, en una cartolibreria
de Florencia.
No estoy diciendo que una multinacional japonesa hubiera
copiado los diseños de los papeles toscanos con marca de agua o los diferentes tamaños y
formas de sobres para felicitar y rendir homenaje en todas las circunstancias
posibles de la vida de una persona, ni que ejecutivos nipones se hubieran
inspirado en la ambientación de un antiguo negocio italiano para cautivar a los
clientes. Estoy diciendo que bajo formas, colores y grafías distintas habitaba
una misma valoración y cultivo de la estética.
Cuando Dante Alighieri detiene a Virgilio a la entrada del Paradiso y confía en Beatriz para que
sirva de guía a su alter ego está manifestando en el fondo que el orden lleva a
Dios, tal y como había declarado siglos atrás San Agustín de Hipona en uno de
sus Diálogos de inspiración clásica.
Y cuando hacia 1909 Ezra Pound escribe Night
Litany con los ojos llenos de lágrimas contemplando la singularidad de
Venecia, solo puede adjudicar a una mano divina la creación del prodigio.
Porque tanto Dante como Pound entienden que la armonía, la bondad y el
equilibrio subliman el espíritu humano y nos conectan con la trascendencia.
En Japón, donde las ideas de Dios, lo divino y la santidad
permean discretamente todos los aspectos de la existencia, no sucede de manera
distinta. También allí el orden lleva a Dios, la verdad sana los corazones y la
delicadeza conduce al infinito. No obstante, los japoneses descubrieron hace
siglos que la utilidad y la belleza no se excluyen entre sí. Y se aplicaron
para demostrar que la excelencia manual es en sí misma un modo de oración.
Así que cuando nos acercamos a las artes japonesas
tradicionales no olvidamos el adagio budista que reza: «El dedo que apunta a la
luna no es la luna». En efecto, muchas de ellas reciben en su denominación el
sufijo dô que recuerda que se trata
de caminos, de vías de acceso a una realidad superior, etérea y trascendente.
La luna a la que apuntan. Y así
tenemos el chadô o el camino del té,
el shodô o camino de la escritura, y
el kyûdô o camino del arco, por
ejemplo.
Podemos relacionarlo con nuestra simbología medieval, con la rosa de Borges y con lo que queramos, pero lo cierto es que el mundo estético japonés no es fácil para nosotros los
occidentales, tan acostumbrados a ver solo lo que se haya en primer término,
tan habituados a creer que la belleza es solo eso que retratan las portadas de
las revistas en un kiosco. Por eso mismo, asomarse al universo literario y
artístico japonés es como asomarse de nuevo a la vida, como volver a nacer
disfrutando de claves nuevas para reintepretarlo todo.
Y desde luego no hay mejor época del año para tomar ese
camino que el otoño. A Yasunari Kawabata, por ejemplo, exquisito guardián de la
tradición japonesa y premio Nobel de literatura del 68, nunca se le lee mejor
que en otoño, con las primeras bocanadas de humo de leña y el azul de las
montañas a lo lejos.
Aún recuerdo mi primera vez, cuando llegando al último
párrafo de su maravilloso País de nieve
leí estas palabras: «Pero cuando Shimamura quiso avanzar hacia la voz casi
delirante, los hombres que se habían precipitado para quitarle a Komako de los
brazos a la inerte Yoko, los hombres que se apretujaban alrededor de ella, lo
rechazaron con tal fuerza que a punto estuvo de perder el equilibrio y vaciló.
Dio un paso para recuperarlo, y en el mismo instante en que se inclinaba hacia
atrás, la Vía Láctea, con una especie de rugido espantoso se vertió en él.»
¿Girar la mirada al cielo como si todo lo que este contiene
fuera a caberte en la boca…? Conocía claramente esa sensación, la había
experimentado durante mis años de estudiante, cuando atravesaba cada mañana la Piazza della Signoria y levantaba
perplejo la mirada queriendo abarcar las altas almenas de la torre del Palazzo Vecchio.
Este mes releeremos
los siguientes textos, ambos muy breves y de fácil acceso:
Junichiro Tanizaki: El
Elogio de la sombra
Kakuzo Okakura: El
libro del té
Y como novela del mes proponemos:
Yasunari Kawabata: Kioto
(Disponible en Amazon y librerías por menos de 10 Eur en
edición de bolsillo).
Como siempre nos reuniremos el último martes de mes en Lfont
Tea Mountain.
MARTES 30 de OCTUBRE de 19:00 a 21:00 h
Martín de los Heros, 37 (Metro Argüelles)
Un abrazo
Pedro Pablo Ontoria