Querid@s honobonian@s:
¿Habéis visto alguna vez un campo de
luciérnagas? ¿Ese diálogo de alfileres perforando el tapiz perfecto de una
noche cálida? Hay canciones que no son la divinidad, pero no se detienen,
porque quieren llegar a serlo. La vida, en este sentido, es como un mantra
continuo. Y el objetivo de la vida es la vida misma, algo que las luciérnagas
saben muy bien. Imagino que por eso no paran de cantar a su modo, aprovechando la única cualidad excepcional que
les ha concedido la naturaleza.
Estos días la luna está en Virgo, y uno
puede verla emerger ardiente como las mejillas de alguien muy joven o como una
península flotante plagada de nerviosos volcanes. Nada se parece a lo del día
anterior, hay un orden impreso en el curso de todas las cosas y, sin embargo,
no es eso lo que pensáis, ¿verdad?
Las abejas han comenzado a visitar la espuma
de los almendros y a los mitológicos cerezos. Juntamos lo que hemos leído, y
oído, de esta y de la otra orilla, y nuestro discurso se vuelve entonces ondulante
e imprevisible, justo como el itinerario de cualquier abeja.
El orden que subyace en todo esto es el
mismo que hay en cualquier juego. La primera vez que Hölderlin cayó en mis
manos pensé precisamente “se trata de un juego… y aún no he descubierto las
reglas”. Akutagawa temió durante toda su vida, dicen, ser atrapado por ese
mismo juego. Una angustia confusa hacia el futuro, la sombra de una época
feudal, un mundo transparente (azulado) como el hielo, el desgaste del instinto vital.
Ignoro si Hölderlin y Akutagawa miraban del
mismo modo a la nada, y si veían los mismos fantasmas. Podría decir que el
territorio que ocupa la razón es infinitamente más pequeño que el queda fuera y
que, según eso, todos corremos el riesgo inminente de caer al vacío. ¡Pero qué
sabemos ninguno de estas cosas!
Será más fácil decir que ambos habían
perdido el objetivo de la vida, ese que conocen las luciérnagas, las abejas…
pero que su canción contenía, de cualquier forma, los rasgos de lo divino. Que acaso el último salto, bien para hundirse en la locura o bien
para desprenderse de cualquier riesgo de caer en ella, fuera un salto hacia un
reflejo de la divinidad. Desde la que cada uno alberga hasta la que cada uno
anhela.
¿Habéis visto alguna vez un campo de
luciérnagas? ¿Ese diálogo? Nosotros, reunidos en torno a una mesa, somos algo
así. Estallidos de ideas, posesos iluminados alternativamente por el eco de una
luna rosada que regala a sus discípulos una frase bien compuesta, personas que
escuchan a luciérnagas semejantes. Honobono, campo de luciérnagas donde todo el
mundo tiene razón.
AKUTAGAWA, Ryûnosuke: Vida de un
idiota, y otras confesiones, traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera,
Gijón, Ed.Satori, 2011
Lfont Tea
Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a
21:00 h.
Día 25 de marzo
Un fuerte abrazo.
Pedro Pablo
Ontoria
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