Querid@s honobonian@s:
El pasado jueves 6 de marzo, el
Embajador del Japón en España, Sr. Satoru Satoh, impuso en su residencia de
Madrid la “Condecoración de la
Orden del Sol Naciente” de Su Majestad el Emperador del Japón
al Dr. Carlos Rubio
López de la Llave.
Gracias a la generosidad y al
afecto que el Prof. Carlos
Rubio nos dispensa, una minúscula representación de nuestro
grupo de lectura, compuesta por Mercedes Martínez, Marien Flores (Enedina),
Pilar de Luis y quien suscribe, pudo estar presente en el acto, y transmitir en
nombre de tod@s nuestra más emocionada felicitación a quien es guía y razón de
ser del Club Honobono, que nació a su sombra y en sus aulas.
También queremos agradecer a la
secretaría del Sr. Embajador la consideración que tuvo excepcionalmente con
nosotr@s, ya que contábamos únicamente con una invitación para su titular y un
acompañante. Desde el principio, nuestro grupo de lectura se ha visto tocado
por la suerte, por la bondad de los kami
de esta o de aquella orilla, o por vientos benéficos y favorables (que cada
cual elija según sus creencias), y detrás de nuestra presencia y participación
en el acto que honró a nuestro maestro tenemos que reconocer, una vez más, una mano buena.
Nos gustaría trasladaros cada
minuto de aquella velada… ¡y lo intentaremos en nuestra próxima reunión! Pero
en tanto llega, permitid que compartamos ahora lo que tenemos:
la fotografía que encabeza esta entrada y las palabras que sirvieron para
contarles a todos cómo es el Dr.Carlos Rubio López de la Llave en su faceta de
profesor.
Pero antes, una última cosa. A la
mañana siguiente de la celebración del acto, él mismo volvía a escribirnos así:
“Como dije ayer, esta medallita es también vuestra –de Honobono muy
señaladamente-. Así que, omedetoo. Un
abrazo”
No comentaré más, porque no es
necesario, y porque en las líneas que siguen ya quisimos reflejar, como veréis,
lo mejor que pudimos su grandeza de espíritu.
Excmo. Sr. Embajador, Dr. Carlos Rubio , señoras y
señores,
Hablo en nombre de los alumnos que
el Prof. Rubio López de la Llave
ha tenido a su cargo a lo largo de los años, y quisiera que tomaran mis
palabras como testimonio de lo que cualquiera de ellos podría haber contado hoy
aquí, porque las historias aún con distinta voz habrían sido, sin duda, muy
parecidas.
El primer curso que tomé con el
Prof. Carlos Rubio
se titulaba “Literatura clásica japonesa” y ya entonces descubrí en él las dos
cualidades que me convertirían en alumno incansable de su magisterio.
En primer lugar, sus conocimientos
excedían con mucho el programa de la asignatura. Y en segundo lugar, se trataba
de una persona cercana y asequible, a pesar del halo que su grado de
especialización y su curriculum le conferían.
Me explicaré en pocas palabras: el
Prof. Carlos Rubio
no sólo era capaz de adentrarnos en la literatura japonesa del siglo VIII,
donde comenzaba nuestro viaje, sino que situaba hechos, autores, obras y
personajes en un espacio geográfico, histórico e incluso natural muy concreto.
Su visión era completa, documentada y apasionada, y extendía ante nosotros no
sólo cada período de una forma académica, sino que pretendía desempolvar el
mundo en el que se habían desenvuelto los hombres y mujeres que atraían nuestra
atención, muchos siglos después, en el lejano otoño de Madrid.
Mi perplejidad no conocía límites:
aquel profesor de literatura, no sólo era experto en lengua e historia de
Japón, sino también en botánica, hablaba de la floración de la camelia y de la
blancura del abedul, conocía las aves y llamaba jardines a los movimientos
literarios. No es de extrañar que sus clases de literatura nos transportaran a
otro tiempo y a otro espacio. Lugares que poseían la capacidad de darnos
refugio y que tenían, como todo sueño, sus propios sonidos: natsu, hototogisu, aki, momiji…
El Prof. Carlos Rubio sembraba en
nosotros, a través de la estética, una curiosidad insaciable por el universo
japonés. Como si fuéramos insignificantes viajeros nos depositaba entre las
páginas del Kojiki, del Genji Monogatari, del Makura no sôshi, del Heike Monogatari y nos incitaba a
emprender camino provistos de raras y útiles herramientas que servirían para
iluminar un paisaje hasta entonces, para nosotros, desconocido: mono no aware, miyabi, mujôkan, wabi sabi, yûgen… Palabras que sonaban como los ingredientes de un hechizo del
que aún desconocíamos las consecuencias, pero al que ya estábamos entregados.
No exagero si digo que, en mi caso particular, hizo de aquel primer trimestre
una época feliz.
He dicho que la cercanía es otra
de sus virtudes. Como ya todos saben, el Prof. Carlos Rubio es filólogo,
lexicógrafo, traductor y docente, y cuando yo lo conocí contaba en su haber con
la publicación de dos diccionarios, un manual de estudio pionero en nuestra
lengua y, que yo supiera, seis traducciones de obras capitales de la literatura
japonesa, con sus correspondientes prólogos y estudios preliminares. Así que
esperaba que entre él y su alumnado se extendiera un abismo poco menos que
infranqueable.
Todos sabemos que el éxito y el
renombre hacen que muchas personas pierdan el contacto con el suelo y no
reconozcan ya a sus semejantes. Las esferas académicas, institucionales y
administrativas inflan como globos sonda a hombres y mujeres que no son capaces
de sustraerse al papel efímero que juegan. Además, el esfuerzo solitario de
quienes abren camino en cualquier disciplina acaba con frecuencia por crear
individuos enclaustrados que se defienden poniendo distancia del mundo
contemporáneo que sólo surte insatisfacción.
Nada de todo esto ha hecho presa
en el Prof. Carlos Rubio.
Ludwig Wittgenstein, quizás el
filósofo más valiente y original del siglo pasado, decía que todos necesitamos
una tarea prosaica que cumplir para que se nos vaya todo ese humo y retorcida
sublimación que nos rodea.
La humildad se basa en algo así:
en un conocimiento directo de las cosas. Y como di a entender antes, el Prof. Carlos Rubio extrae de la
naturaleza esa lección, la destila en largas horas de trabajo solitario con las
palabras y la difunde en cada una de sus clases.
Él es, de hecho, un divulgador.
Pero no como los eruditos que sólo conocen de oídas. Su amor por el viaje, por
el sabor de los alimentos, por la etimología del léxico, por el color de las
estaciones y hasta por la onomástica de las piedras, hacen de él un divulgador
insólito. Alguien que no impone sus hallazgos, y que luce una pasión contenida, tensa y sutil como la cuerda
de un arco. El mentor ideal con quien acercarse al obsequio inagotable que es
para nosotros Japón.
El corazón de una persona es su
casa. Y la hospitalidad, el más alto grado de cercanía. El Prof. Carlos Rubio no sólo brilla
por la excelencia de sus conocimientos, no sólo estrecha lazos cordiales con
sus alumnos, no sólo es guía y maestro, sino que además abre su propia casa y
en compañía de Ana, su esposa, otorga el título de amigo a quienes hasta entonces eran sólo meros estudiantes.
Cuando le felicité por la
concesión del honor que hoy se le impone, y que es un orgullo para quienes le
seguimos, se excusó con humildad sincera y me pidió que repitiera hoy aquí
estas palabras que recordé de otro profesor de la Universidad
Complutense , D. Andrés Amorós, que decía: “la tarea de escritor, de traductor, de
investigador… es tan ardua, solitaria y marginal que, en las pocas ocasiones
que se dan, los vítores públicos no han de ser tomados como frívola concesión
al ego, sino que al contrario, se trata de laureles merecidos, que cumplen la
función de abonar el espíritu esforzado, de regar su parterre -generalmente
ignorado por la comunidad- y que son, sobre todo, un empujón, un aldabonazo
nutritivo –como si dijéramos- para que persevere en la contienda.”
Y quiero acabar con estas otras de
un hombre polifacético y bueno, espejo al que apuntan las cualidades que aquí
he dibujado: “Te encuentres con quien te
encuentres, siempre será alguien con el que hayas comido manzanas o viajado en
el mismo tren. Por lo tanto, como tú mismo has dicho antes, lo mejor es buscar
la verdadera felicidad para los otros”. Miyazawa Kenji
Muchas gracias – Arigato gozaimasu
Pedro Pablo Ontoria
(Madrid a 6 de marzo de 2014)
Pedro,
ResponderEliminargracias por compartir con todos no sólo la noticia sino el texto tan bonito que tan bien describe el maravilloso maestro que es Carlos Rubio. ¡Gracias también por transmitirle nuestra enhorabuena! Ana