Querid@s honobonian@s:
Llegado el momento, Nathaniel Hawthorne
tranquilizó a Melville revelándole que quienes dan forma y semblante a los
monstruos que habitan la parte más tenebrosa del alma humana disfrutan, en
realidad, de un sueño plácido. Y que, sin embargo, los peores tormentos
martillean las noches de las personas que ocultan bajo una apariencia pacífica
y ajustados modales los abismos de nuestra condición. Como si los humores de
los pantanos más oscuros de la mente se vieran apresados y atentaran
contra sus carceleros, pugnando enloquecidos por encontrar una salida.
Un nuevo concepto de inocencia. Hawthorne,
como Melville, hurgó en la esencia del mal. En los andamios de un mal sólido y
premeditado. Alguien tenía que hacerlo, para desnudar todos los flancos de la
comunidad, de la familia, del individuo. Los héroes del romanticismo occidental
llevaron a cabo misiones así. Y por eso pudieron proclamarse inocentes. Y
dormir en consecuencia abrazados a un nuevo tipo de pureza.
En el mismo barco y a la vez, romanticismo,
realismo y naturalismo alcanzaron las costas de Japón. Ante la gran avalancha
de ideas, estética, motivos, tratamiento de las emociones, enfoques sociales,
influencias y nombres, los autores y artistas japoneses se posicionaron cada
cual según propia sensibilidad, inclinación y dotes al lado de uno u otro movimiento
y actitud vital. Izumi Kyôka eligió convertirse en un autor romántico.
Ni Hawthorne, ni Allan Poe, ni Melville vivían
ya cuando él publicó sus primeros relatos. Todos ellos, contemporáneos entre
sí, evocaban la memoria de un tiempo del que apenas quedaban sugerentes brumas.
Incluso Melville, el más longevo, había pasado sus últimos treinta años sentado
en una oficina de aduanas, sin escribir nada reseñable. Paradójico destino para
un aventurero, novelista y poeta.
El
romanticismo ensanchó los márgenes de nuestra imaginación y dispuso peldaños
tanto para descender al horror como para trepar a la gloria. No es extraño, por
tanto, que santos y brujas confraternicen en las páginas de Izumi Kyôka, porque
ambos comparten con el mismo derecho un solo territorio. Una montaña, el alma.
Y no es extraño que una visión decida una vida, que un secreto no pactado selle
unos labios durante décadas, que la muerte acuda para unir amantes y que los
purifique. Algo que también quiso enseñar Hawthorne a Melville.
Para la próxima sesión leeremos los cuatro
relatos que contiene el siguiente libro:
IZUMI, Kyôka: El santo del monte Koya y otros relatos,
traducción de Susana Hayashi, Gijón, Ed. Satori, 2011
Lfont
Tea Mountain
C/ Martín de los
Heros, 37
28008 Madrid
Metro
Argüelles
De
19:00 a 21:00 h.
Día
24 de junio
Un fuerte abrazo.
Pedro Pablo Ontoria
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