domingo, 23 de noviembre de 2014

Osamu Dazai



Querid@s honobonian@s:

Indigno de ser humano, la obra de Osamu Dazai (traducción de Montse Watkins, Sajalín Editores, Barcelona, 2010) que trataremos este mes, no es un libro fácil. Igual que un viaje a un país olvidado donde la gente sonríe a pesar de la miseria en que vive, esta novela despliega la verdad desnuda acerca de muchas cosas, con la diferencia de que en ella nadie sonríe.

Un narrador misterioso encuentra tres fotografías y, según presumimos, algunos cuadernos. Conocemos a Osamu Dazai: El ocasoOcho escenas de Tokio y Colegiala. Y sabemos que un trasfondo biográfico subsiste en la mayoría de sus relatos. No vamos a repetir ahora lugares comunes sobre la posibilidad de escapar o no de lo biográfico, ni sobre el alcance de la imaginación, ni siquiera sobre la Teoría de los mundos posibles... Así que diremos solo que para decir la verdad como la dice Dazai hace falta estar hundido en ella con todas sus consecuencias. Hace falta convertirse en un ser marginal para desvelar la hipocresía:

"No tengo el menor interés en eso que los libros de texto llaman moral. Me cuesta entender que el ser humano viva o quiera vivir con pureza, claridad y felicidad en medio de toda esta mentira humana. Nunca me han explicado la razón de esta habilidad." (p.24)

La contradicción late en cada página. El mundo derruido que Dazai retrata requiere precisamente de los ingredientes que rechaza, pero el novelista no es un juez ni tiene por qué serlo. Le basta, de hecho, con situar "un espejo al lado del camino..." Así que Yozo se adapta y adquiere una identidad falsa, se convierte en un camaleón, se convierte en un bufón indolente y miserable sobre el que de vez en cuando se derraman destellos de ternura. Labor que corresponde, por supuesto, a la mujer. A una entre la muchedumbre de otras que le hieren sin piedad. La mujer salvífica de la literatura universal que en Indigno de ser humanoes una camarera, Tsuneko.

"A mí, que estaba temblando de miedo, estas palabras me calmaron de una forma extraña. Y no era porque ya no debía preocuparme del dinero. Me dio la impresión de que estando junto a ella no había nada que temer." (p.53)

Aunque, ya sabemos, a nuestro protagonista no le está permitida la dicha duradera.

"Pero solo duró una noche. Al abrir los ojos por la mañana, me levanté de un salto y volví a ser el bufón superficial de siempre. Los cobardes temen hasta la felicidad." (p.55)

Yozo, de alguna manera es nuestro mártir. Representante de la belleza obscena frente a la belleza "honrada" del fiscal, delincuente que haya satisfacción en el trato humillante que merece, farsante que echa mano de la astucia para escapar a la misma condena que le hubiera redimido, parásito, débil y estúpido complaciente, medida de lo que un ser humano puede hacer o no hacer para precipitarse en el absurdo.

"En casa de El lenguado, el aprendiz siempre preparaba la comida, y en una bandeja aparte, se la llevaba al parásito de la primera planta tres veces al día." (p.69)

"(...) no podía controlar mi inclinación desesperada a complacer a la gente" (p.73)

Pero no hay una, sino muchos tipos de inteligencia, y Yozo apunta con claridad a una de las posibles razones de su vida de fracasado: la ambigüedad con que se han dirigido siempre a él.

"Años más tarde pensé que si El lenguado me hubiera dicho las cosas claras y simples, me hubiese ido mucho mejor. Pero su innecesaria cautela, mejor dicho, las apariencias incomprensibles de la sociedad, me obligaron a pasar por toda una serie de experiencias amargas." (p.70)

"¿Por qué no me dijo que mi familia enviaría el dinero necesario? Con sólo hacerlo yo hubiera podido tomar enseguida la decisión de estudiar; pero se limitó a dejarme a oscuras." (p.71)

Yozo se lleva, de cualquier forma, la peor parte en la tragicomedia de la vida en sociedad: nadie le cree cuando es sincero y en cambio todos toman en serio sus bufonadas.

Luego le mantendrá Shizuko, la periodista, y él se enreda una vez más en el bucle insano de la dependencia y la frustración. (vid. paf. 79)

Como Naoji en El ocaso, nuestro protagonista viaja entre la indolencia y la ruindad, y cada vez se hunde más en el alcohol. Pero, como si fuéramos capaces de escuchar en Japón los ecos de Joseph Roth, también nuestro borracho es capaz de elevar la voz al cielo y rezar al Dios cristiano:

"Son buenas... Dios mío, si puedes escuchar la plegaria de alguien como yo, concédeme la felicidad, aunque sea una sola vez en la vida" (p.85)

La huida posterior es, por supuesto, la respuesta de Dios. La que permite que al menos ellas, madre e hija, sean felices cuando Yozo desaparece de sus vidas. De hecho, son una y otra vez, las mujeres que le obligan a lo largo de la historia a sentir, a tomar partido y a vivir, en una palabra.

Primo Levi tituló su novela más conocida con la prótasis de una condicional: Si esto es un hombre. Si en aquel caso era la guerra, el racismo contra los judíos, el campo de concentración y la barbarie nazi los que privaban al autor-narrador-protagonista de la base mínima sobre la que asentar su dignidad, y con ella lo minaban en lo más profundo de su ser, en la novela de Dazai es un cóctel mucho más sutil, más cercano, menos reprensible, más tolerado, mejor instituido y sin duda más duradero el que agrede a Yozo y le envenena, haciéndole creerse indigno. Como si "ser humano" incluyera obligatoriamente la necesidad e imposición de cumplir con una cuota mínima de excelencia, como si ser humano no consistiera precisamente en ser capaz de hacerse preguntas, en tomar conciencia de sí para ejercer la libertad, en posicionarse frente a la comunidad o frente a un país entero, en elegir.

"De repente, vomité. Era la primera vez que vomitaba sangre. La mancha roja sobre la nieve pareció una gran bandera del Sol Naciente.  Me puse en cuclillas y, llenándome las manos de nieve limpia, me la restregué por el rostro lleno de lágrimas." (p.109)

Lftont Tea Mountain
Día 25 de noviembre de 2014
De 19:00 a 21:00 h.

Un abrazo.

Pedro Pablo Ontoria

lunes, 15 de septiembre de 2014

Ihara Saikaku y la visita del Prof. Carlos Rubio


Querid@s honobonian@s:

La literatura japonesa tiene la capacidad de llevarnos a lugares donde nunca hemos estado antes. Y los casos que relata Ihara Saikaku son algunas de esas nuevas estancias.

Cuando era niño, cada sábado al despertarme, leía siempre la misma colección de cuentos que mi padre me había regalado en mi primera visita a la Feria del Libro de Madrid. Era una costumbre invariable: de pie en la cama escoger siempre el mismo volumen de 350 páginas y elegir una o dos de aquellas historias ilustradas; volver a arroparse, anidar de nuevo en el calor y la seguridad de tu propia cama y leer, como si en ello se resumiera lo más importante del mundo.

El rito conducía, también invariablemente, a un mismo final: acabado cada relato, volvía a levantarme, abría una enorme caja de bombones y elegía uno. Un cuento, un bombón. No importa si el dulce se consideraba un aliciente o una celebración, si era el festín que coronaba cada historia o el estímulo que presidía la siguiente. El maridaje era perfecto y no había nada que cambiar.

La literatura japonesa tiene la capacidad de llevarnos a lugares donde nunca hemos estado antes, aunque algunos nos resulten extrañamente familiares. Nuestra memoria, tan fiable como un tonel plagado de agujeros, apenas retiene una décima parte de la sustancia de las historias que escuchamos de niños o que leímos en la adolescencia. Pero una misma acción, repetida con el respeto y la fidelidad que corresponde a todo rito, imprime en el roble al que confiamos nuestros sueños el sabor indisoluble de la persona que queremos llegar a ser. Y la transformación no se detiene en ningún momento a lo largo de la vida.

Igual los personajes de Saikaku. Pobladores de un mundo flotante, caracterizado por la fugacidad y la inconsistencia, se reafirman en el amor o asumen con dignidad su pérdida, veneran a la persona que el destino ha elegido para ellos o elevan montículos en recuerdo de aquel al que amaron, se abren el vientre u optan por el retiro y la vida religiosa siendo muy jóvenes, pero todo lo afrontan con espíritu de servicio y fidelidad, de goce y de comprensión, hábiles intérpretes del siglo que les ha tocado vivir.

Nada de ello habría sido posible si, por otra parte, no se sintieran acólitos de un orden mayor, si no entendieran que en la llamada Vía del amor viril habita, precisamente, la quintaesencia del amor. El amor despojado de los adornos y distracciones que lucen como fosforescencia en las relaciones heterosexuales. Un amor igualmente poblado de lunas, de relaciones cruzadas, de promesas que abarcan más de una vida, de objetos cotidianos como paraguas o lubinas o artículos de papelería. Un amor confinado en los límites de la adolescencia o cercenado con frecuencia por muertes prematuras. Un amor igual al otro y a la vez distinto. Aquilatado, de cualquier forma, y destilado en sus mejores virtudes. Un amor que, iniciado por el inaprensible deseo de un cuerpo, desemboca una y otra vez en la sublimación de los afectos y en la superación de la adversidad.

Y es paradójico que el mismo deseo que arruina la vida de un asceta y de bonzos y de contables corruptos sirva para desentrañar las mejores virtudes de jóvenes hermosos o de samuráis adultos. Así que es, además, un amor que desenmascara. Un amor como la hoja de un sable, frente a la que se revela en cada uno lo que realmente es.

Es la nueva estancia a la que estamos invitados. Donde, uno tras otro, los cuarenta relatos que componen los dos volúmenes de El gran espejo del amor entre hombres (Nanshoku Ôkagami) concluyen con una intensa descarga de emoción. Procedente de una fuente nueva, eso sí, como si el dulce que les corresponde fuera, por ejemplo… un caqui confitado, adquirido en cualquier tienda de barrio de Japón.

El Prof. Carlos Rubio López de la Llave, traductor de la obra que tratamos este mes, director de la colección correspondiente en Satori Ediciones y maestro de muchos de nosotros, ha accedido a acompañarnos y guiarnos en esta ocasión. Agradecemos con alegría su presencia.

Será el próximo día 30 de septiembre de 2014, de 19:00 a 21:00 h., como siempre en Lfont Tea Mountain (dirección al margen).

Un fuerte abrazo.


Pedro Pablo Ontoria

martes, 15 de julio de 2014

Formas de decir verano



Querid@s honobonian@s:

Os confieso que lo hemos dudado. Después de todo, hay que ser muy valientes para convocar una reunión en julio. Muy valientes para asistir, debería haber dicho... Y, sin embargo, ¿es que no hemos demostrado ya nuestra perseverancia y nuestro valor? Nunca es suficiente. Como todas las aventuras, la nuestra tiene los ingredientes propios de un viaje (curiosidad, apertura y tiempo) y resulta apasionante.

¿Y qué haremos en julio? Para responder a la pregunta, requiero un poco de vuestra imaginación (una vez más, lo sé, lo sé, perdón). Imaginaos por favor que somos realmente viajer@s. Y que los libros son nuestras naves. ¿Y qué haremos en julio, si en nuestra última sesión decidimos darnos tres meses para leer a Ihara Saikaku (El gran espejo del amor entre hombres. Historias de samuráis e historias de actores. 2 vol.- cada cual que elija uno o los dos-) y recibir al Prof. Carlos Rubio el último martes de septiembre? ¿Qué haremos en julio sin libro, sin embarcación, sin nave?

Pues muy fácil: descansar al cuidado de nuestro anfitrión. Era una costumbre muy arraigada en el mundo antiguo. Ya fueran palacios o islas para el esforzado Odiseo; o ventas para el afamado Don Quijote, ¡no había héroe que se preciara, que no aceptase el regalo del amable reposo! ¿Y no somos héroes y heroínas nosotr@s?

El palacio en nuestro caso es Lfont Tea Mountain (Martín de los Heros, 37) Y estas son las palabras con que nos convoca Manuel, generosamente, para el próximo martes 29 a las 19:00 h. Una hermosa forma de decir verano.

Pedro Pablo Ontoria


ULTIMA TARDE DE LA TEMPORADA

Hola,


Se acerca el fin de mes y por lo tanto nuestra cita del último martes del mes con los demás amigos del club Honobono. En esta ocasión y para cerrar la temporada me gustaría invitaros a una tarde diferente, charlando de té y participando en una cata.

Quisiera compartir con vosotros esto que para mi es una pasión y desde hace unos años mi forma de vida. Espero que podamos pasar un rato agradable junto a buenos amigos y una taza de té.
Os dejo con un fragmento de  El libro del Té  de Kakuzo Okakura.


¡Oh, néctar delicioso!

¡Oh, néctar delicioso! Las membranosas hojuelas permanecen suspendidas como nubes escamosas en un cielo sereno o bien flotan como blancos nenúfares en un estanque esmeraldino. Es de esta poción, de la que cantó Lu Wu, el poeta T’ang: “La primera taza humea en mis labios y mi gaznate; la segunda viola mi soledad; la tercera penetra en mis entrañas y remueve en ellas millares de raras ideografías; la cuarta me baña en leve sudor y todos los pesares de mi vida son eliminados a través de mis poros; a la quinta taza estoy purificado; la sexta me transporta a la morada de los inmortales; la séptima… ¡ah la séptima! Pero, ya no puedo beber más. Siento que el soplo de un aura fría hincha mis mangas. ¿Dónde está Horaisan, nuestro paraíso? ¡Ah! Dejad que me encarame sobre esta dulce brisa, me meza en sus ondas y que ella me conduzca allí”. (Kakuzo Okakura)



Un abrazo

Manuel Moreno

martes, 10 de junio de 2014

Izumi Kyôka y la comprensión de los románticos



Querid@s honobonian@s:
Llegado el momento, Nathaniel Hawthorne tranquilizó a Melville revelándole que quienes dan forma y semblante a los monstruos que habitan la parte más tenebrosa del alma humana disfrutan, en realidad, de un sueño plácido. Y que, sin embargo, los peores tormentos martillean las noches de las personas que ocultan bajo una apariencia pacífica y ajustados modales los abismos de nuestra condición. Como si los humores de los pantanos más oscuros de la mente se vieran apresados y atentaran contra sus carceleros, pugnando enloquecidos por encontrar una salida.
Un nuevo concepto de inocencia. Hawthorne, como Melville, hurgó en la esencia del mal. En los andamios de un mal sólido y premeditado. Alguien tenía que hacerlo, para desnudar todos los flancos de la comunidad, de la familia, del individuo. Los héroes del romanticismo occidental llevaron a cabo misiones así. Y por eso pudieron proclamarse inocentes. Y dormir en consecuencia abrazados a un nuevo tipo de pureza.
En el mismo barco y a la vez, romanticismo, realismo y naturalismo alcanzaron las costas de Japón. Ante la gran avalancha de ideas, estética, motivos, tratamiento de las emociones, enfoques sociales, influencias y nombres, los autores y artistas japoneses se posicionaron cada cual según propia sensibilidad, inclinación y dotes al lado de uno u otro movimiento y actitud vital. Izumi Kyôka eligió convertirse en un autor romántico.
Ni Hawthorne, ni Allan Poe, ni Melville vivían ya cuando él publicó sus primeros relatos. Todos ellos, contemporáneos entre sí, evocaban la memoria de un tiempo del que apenas quedaban sugerentes brumas. Incluso Melville, el más longevo, había pasado sus últimos treinta años sentado en una oficina de aduanas, sin escribir nada reseñable. Paradójico destino para un aventurero, novelista y poeta.
 El romanticismo ensanchó los márgenes de nuestra imaginación y dispuso peldaños tanto para descender al horror como para trepar a la gloria. No es extraño, por tanto, que santos y brujas confraternicen en las páginas de Izumi Kyôka, porque ambos comparten con el mismo derecho un solo territorio. Una montaña, el alma. Y no es extraño que una visión decida una vida, que un secreto no pactado selle unos labios durante décadas, que la muerte acuda para unir amantes y que los purifique. Algo que también quiso enseñar Hawthorne a Melville.
Para la próxima sesión leeremos los cuatro relatos que contiene el siguiente libro:
IZUMI, Kyôka: El santo del monte Koya y otros relatos, traducción de Susana Hayashi, Gijón, Ed. Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/ Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 24 de junio
Un fuerte abrazo.

Pedro Pablo Ontoria


jueves, 22 de mayo de 2014

De santos y guerreros



Querid@s honobonian@s:
Ciudad mística y guerrera era Ávila para nuestro Unamuno. Y sobran de tal modo los ejemplos de comunión entre las armas y las letras, entre la vida mundana y el cultivo del espíritu en nuestra literatura y en la japonesa, que se diría que las concomitancias entre Castilla y Japón no son en absoluto casuales.
Como si, eones atrás, el planeta hubiera surgido de las manos de un dios infantil que a fuerza de pliegues, dobleces y desdobles, hubiera construido una esfera achatada por los polos. Fruto de felices remiendos, cortando y separando cartulinas que alguna vez estuvieron unidas y que guardan en su memoria huella de la otra parte que les fue gemela.
Caballeros andantes y samuráis éticos, barbudos; santos eremitas y bonzos frugales. Parientes abrasados por un sol de justicia, cenital o naciente; en la llanura unos, en franjas costeras de aluvión otros. Acero y oraciones, arcos y sutras.
Este mes combinaremos en una sola sesión ambos mundos. Puesto que la animada reunión del mes pasado sólo nos permitió hablar de La pagoda de cinco pisos, trataremos el próximo martes El samurái barbudo, de Kôda Rohan. De nuevo con la amable presencia de su traductor al español, Naoaki Shimada. Y completaremos nuestras dos horas de tertulia con el relato El santo del monte Koya, que se halla en volumen del mismo título, de Izumi Kyôka.
ROHAN, Kôda: El samurái barbudo, traducción de Naoaki Shimada, Gijón, Ed. Satori, 2012
IZUMI, Kyôka: El santo del monte Koya, y otros relatos, traducción de Susana Hayashi, Gijón, Ed. Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/ Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 27 de mayo
Un fuerte abrazo.

Pedro Pablo Ontoria


lunes, 31 de marzo de 2014

Kôda Rohan y su traductor, Naoaki Shimada


Querid@s honobonian@s:
Nada en la naturaleza atiende a una sola voz, a una sola lengua, y cada una descubre a su manera distintos matices y niveles de comprensión en lo que retrata. Algunas avanzan con cuidado exquisito por todas las horas del día y conceden vocablos nuevos a cada nueva conquista con que la luz se adueña de manera diferente de todas las cosas. Otras son aptas para el mundo de las ideas y dividen como bisturís categorías, perfilan juicios y alumbran mediante proposiciones, como peldaños de una escalera hacia la claridad inteligible, lo que a primera vista es abstracto o está disperso. Otras están hechas para cantar.
Según cuenta Borges, Rafael Cansinos Assens era capaz de saludar a las estrellas en catorce idiomas clásicos y modernos; y Richard F. Burton soñaba en diecisiete, pero podía hablar algunos más. Ambos eran además traductores, lo que no es tan obvio como parece: la diferencia es la misma que la que media entre cualquier persona competente en su lengua materna y un escritor. La traducción recurre seguramente a varias fuentes que no tienen por qué estar presentes en la comunicación verbal estándar. Podríamos decir que reúne lo mismo que cualquier oficio: formación, habilidad, una paciencia infinita, amor por la materia que se forja y el incomprendido disfrute común a todas las actividades marginales; pero en lugar de subrayar todo eso, nos parece más revelador y estimulante volver a Borges y citar lo que él mismo dice de Burton: “del solitario oficio de escribir había hecho algo valeroso y plural”.
Esas pueden ser las cualidades que animan el espíritu del traductor literario, no muy distintas de las de un explorador geográfico o científico: el valor y una curiosidad innata que no se conforma con una visión unívoca y monolítica de la realidad.
En nuestra próxima reunión contamos con un invitado especial: Naoaki Shimada, traductor de oficio, que ha desempeñado su trabajo tanto en el ámbito empresarial contemporáneo, como en el terreno de la literatura. Se trata de un privilegio para nosotr@s, ya que ha sido el primero en dar voz en nuestra lengua a dos relatos largos de Kôda Rohan: La pagoda de cinco pisos y El samurái barbudo, ambos incluidos en el libro que afrontamos este mes. Una aventura que ha resuelto con un estilo limpio, bien compensado, en suaves periodos que no descuidan el ritmo de las palabras en español. Una aventura en la que se medía con Rohan, que reposa parte de su grandeza en dignificar de nuevo las voces de la tradición y descubrir en ella nuevas irisaciones, cuando la mayoría denostaba el pasado por un amor ciego a Occidente.  Una aventura plagada de reflexión, de anécdotas, de íntimas alegrías y, sin duda, numerosas dificultades, que nos hará revivir justo como haría cualquier explorador a la vuelta de su viaje conversando con sus amigos.
Agasajaremos a nuestro invitado con una cena temática (en un restaurante japonés, ¿a alguien le extraña?) donde quienes lo deseen podrán proseguir la tertulia, por lo que la sesión concluirá media hora antes de lo habitual.
ROHAN, Kôda: El samurái barbudo, traducción de Naoaki Shimada, Gijón, Ed. Satori, 2012
Lfont Tea Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 20:30 h.
Día 29 de abril
Un fuerte abrazo.

Pedro Pablo Ontoria

miércoles, 19 de marzo de 2014

Akutagawa y las luciérnagas



Querid@s honobonian@s:
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo de alfileres perforando el tapiz perfecto de una noche cálida? Hay canciones que no son la divinidad, pero no se detienen, porque quieren llegar a serlo. La vida, en este sentido, es como un mantra continuo. Y el objetivo de la vida es la vida misma, algo que las luciérnagas saben muy bien. Imagino que por eso no paran de cantar a su modo, aprovechando la única cualidad excepcional que les ha concedido la naturaleza.
Estos días la luna está en Virgo, y uno puede verla emerger ardiente como las mejillas de alguien muy joven o como una península flotante plagada de nerviosos volcanes. Nada se parece a lo del día anterior, hay un orden impreso en el curso de todas las cosas y, sin embargo, no es eso lo que pensáis, ¿verdad?
Las abejas han comenzado a visitar la espuma de los almendros y a los mitológicos cerezos. Juntamos lo que hemos leído, y oído, de esta y de la otra orilla, y nuestro discurso se vuelve entonces ondulante e imprevisible, justo como el itinerario de cualquier abeja.
El orden que subyace en todo esto es el mismo que hay en cualquier juego. La primera vez que Hölderlin cayó en mis manos pensé precisamente “se trata de un juego… y aún no he descubierto las reglas”. Akutagawa temió durante toda su vida, dicen, ser atrapado por ese mismo juego. Una angustia confusa hacia el futuro, la sombra de una época feudal, un mundo transparente (azulado) como el hielo, el desgaste del instinto vital.
Ignoro si Hölderlin y Akutagawa miraban del mismo modo a la nada, y si veían los mismos fantasmas. Podría decir que el territorio que ocupa la razón es infinitamente más pequeño que el queda fuera y que, según eso, todos corremos el riesgo inminente de caer al vacío. ¡Pero qué sabemos ninguno de estas cosas!
Será más fácil decir que ambos habían perdido el objetivo de la vida, ese que conocen las luciérnagas, las abejas… pero que su canción contenía, de cualquier forma, los rasgos de lo divino. Que acaso el último salto, bien para hundirse en la locura o bien para desprenderse de cualquier riesgo de caer en ella, fuera un salto hacia un reflejo de la divinidad. Desde la que cada uno alberga hasta la que cada uno anhela.
¿Habéis visto alguna vez un campo de luciérnagas? ¿Ese diálogo? Nosotros, reunidos en torno a una mesa, somos algo así. Estallidos de ideas, posesos iluminados alternativamente por el eco de una luna rosada que regala a sus discípulos una frase bien compuesta, personas que escuchan a luciérnagas semejantes. Honobono, campo de luciérnagas donde todo el mundo tiene razón.
AKUTAGAWA, Ryûnosuke: Vida de un idiota, y otras confesiones, traducción de Yumika Matsumoto y Jordi Tordera, Gijón, Ed.Satori, 2011
Lfont Tea Mountain
C/Martín de los Heros, 37
28008 Madrid
Metro Argüelles
De 19:00 a 21:00 h.
Día 25 de marzo
Un fuerte abrazo.
Pedro Pablo Ontoria

sábado, 8 de marzo de 2014

Condecoración del Dr. Carlos Rubio López de la Llave


Querid@s honobonian@s:

El pasado jueves 6 de marzo, el Embajador del Japón en España, Sr. Satoru Satoh, impuso en su residencia de Madrid la “Condecoración de la Orden del Sol Naciente” de Su Majestad el Emperador del Japón al Dr. Carlos Rubio López de la Llave.

Gracias a la generosidad y al afecto que el Prof. Carlos Rubio nos dispensa, una minúscula representación de nuestro grupo de lectura, compuesta por Mercedes Martínez, Marien Flores (Enedina), Pilar de Luis y quien suscribe, pudo estar presente en el acto, y transmitir en nombre de tod@s nuestra más emocionada felicitación a quien es guía y razón de ser del Club Honobono, que nació a su sombra y en sus aulas.

También queremos agradecer a la secretaría del Sr. Embajador la consideración que tuvo excepcionalmente con nosotr@s, ya que contábamos únicamente con una invitación para su titular y un acompañante. Desde el principio, nuestro grupo de lectura se ha visto tocado por la suerte, por la bondad de los kami de esta o de aquella orilla, o por vientos benéficos y favorables (que cada cual elija según sus creencias), y detrás de nuestra presencia y participación en el acto que honró a nuestro maestro tenemos que reconocer, una vez más, una mano buena.

Nos gustaría trasladaros cada minuto de aquella velada… ¡y lo intentaremos en nuestra próxima reunión! Pero en tanto llega, permitid que compartamos ahora lo que tenemos: la fotografía que encabeza esta entrada y las palabras que sirvieron para contarles a todos cómo es el Dr.Carlos Rubio López de la Llave en su faceta de profesor.

Pero antes, una última cosa. A la mañana siguiente de la celebración del acto, él mismo volvía a escribirnos así: “Como dije ayer, esta medallita es también vuestra –de Honobono muy señaladamente-. Así que, omedetoo. Un abrazo”

No comentaré más, porque no es necesario, y porque en las líneas que siguen ya quisimos reflejar, como veréis, lo mejor que pudimos su grandeza de espíritu.


Excmo. Sr. Embajador,  Dr. Carlos Rubio, señoras y señores,

Hablo en nombre de los alumnos que el Prof. Rubio López de la Llave ha tenido a su cargo a lo largo de los años, y quisiera que tomaran mis palabras como testimonio de lo que cualquiera de ellos podría haber contado hoy aquí, porque las historias aún con distinta voz habrían sido, sin duda, muy parecidas.

El primer curso que tomé con el Prof. Carlos Rubio se titulaba “Literatura clásica japonesa” y ya entonces descubrí en él las dos cualidades que me convertirían en alumno incansable de su magisterio.

En primer lugar, sus conocimientos excedían con mucho el programa de la asignatura. Y en segundo lugar, se trataba de una persona cercana y asequible, a pesar del halo que su grado de especialización y su curriculum le conferían.

Me explicaré en pocas palabras: el Prof. Carlos Rubio no sólo era capaz de adentrarnos en la literatura japonesa del siglo VIII, donde comenzaba nuestro viaje, sino que situaba hechos, autores, obras y personajes en un espacio geográfico, histórico e incluso natural muy concreto. Su visión era completa, documentada y apasionada, y extendía ante nosotros no sólo cada período de una forma académica, sino que pretendía desempolvar el mundo en el que se habían desenvuelto los hombres y mujeres que atraían nuestra atención, muchos siglos después, en el lejano otoño de Madrid.

Mi perplejidad no conocía límites: aquel profesor de literatura, no sólo era experto en lengua e historia de Japón, sino también en botánica, hablaba de la floración de la camelia y de la blancura del abedul, conocía las aves y llamaba jardines a los movimientos literarios. No es de extrañar que sus clases de literatura nos transportaran a otro tiempo y a otro espacio. Lugares que poseían la capacidad de darnos refugio y que tenían, como todo sueño, sus propios sonidos: natsu, hototogisu, aki, momiji

El Prof. Carlos Rubio sembraba en nosotros, a través de la estética, una curiosidad insaciable por el universo japonés. Como si fuéramos insignificantes viajeros nos depositaba entre las páginas del Kojiki, del Genji Monogatari, del Makura no sôshi, del Heike Monogatari y nos incitaba a emprender camino provistos de raras y útiles herramientas que servirían para iluminar un paisaje hasta entonces, para nosotros, desconocido: mono no aware, miyabi, mujôkan, wabi sabi, yûgen… Palabras que sonaban como los ingredientes de un hechizo del que aún desconocíamos las consecuencias, pero al que ya estábamos entregados. No exagero si digo que, en mi caso particular, hizo de aquel primer trimestre una época feliz.

He dicho que la cercanía es otra de sus virtudes. Como ya todos saben, el Prof. Carlos Rubio es filólogo, lexicógrafo, traductor y docente, y cuando yo lo conocí contaba en su haber con la publicación de dos diccionarios, un manual de estudio pionero en nuestra lengua y, que yo supiera, seis traducciones de obras capitales de la literatura japonesa, con sus correspondientes prólogos y estudios preliminares. Así que esperaba que entre él y su alumnado se extendiera un abismo poco menos que infranqueable.

Todos sabemos que el éxito y el renombre hacen que muchas personas pierdan el contacto con el suelo y no reconozcan ya a sus semejantes. Las esferas académicas, institucionales y administrativas inflan como globos sonda a hombres y mujeres que no son capaces de sustraerse al papel efímero que juegan. Además, el esfuerzo solitario de quienes abren camino en cualquier disciplina acaba con frecuencia por crear individuos enclaustrados que se defienden poniendo distancia del mundo contemporáneo que sólo surte insatisfacción.

Nada de todo esto ha hecho presa en el Prof. Carlos Rubio.

Ludwig Wittgenstein, quizás el filósofo más valiente y original del siglo pasado, decía que todos necesitamos una tarea prosaica que cumplir para que se nos vaya todo ese humo y retorcida sublimación que nos rodea.

La humildad se basa en algo así: en un conocimiento directo de las cosas. Y como di a entender antes, el Prof. Carlos Rubio extrae de la naturaleza esa lección, la destila en largas horas de trabajo solitario con las palabras y la difunde en cada una de sus clases.

Él es, de hecho, un divulgador. Pero no como los eruditos que sólo conocen de oídas. Su amor por el viaje, por el sabor de los alimentos, por la etimología del léxico, por el color de las estaciones y hasta por la onomástica de las piedras, hacen de él un divulgador insólito. Alguien que no impone sus hallazgos, y que luce una pasión contenida, tensa y sutil como la cuerda de un arco. El mentor ideal con quien acercarse al obsequio inagotable que es para nosotros Japón.

El corazón de una persona es su casa. Y la hospitalidad, el más alto grado de cercanía. El Prof. Carlos Rubio no sólo brilla por la excelencia de sus conocimientos, no sólo estrecha lazos cordiales con sus alumnos, no sólo es guía y maestro, sino que además abre su propia casa y en compañía de Ana, su esposa, otorga el título de amigo a quienes hasta entonces eran sólo meros estudiantes.

Cuando le felicité por la concesión del honor que hoy se le impone, y que es un orgullo para quienes le seguimos, se excusó con humildad sincera y me pidió que repitiera hoy aquí estas palabras que recordé de otro profesor de la Universidad Complutense, D. Andrés Amorós, que decía: “la tarea de escritor, de traductor, de investigador… es tan ardua, solitaria y marginal que, en las pocas ocasiones que se dan, los vítores públicos no han de ser tomados como frívola concesión al ego, sino que al contrario, se trata de laureles merecidos, que cumplen la función de abonar el espíritu esforzado, de regar su parterre -generalmente ignorado por la comunidad- y que son, sobre todo, un empujón, un aldabonazo nutritivo –como si dijéramos- para que persevere en la contienda.”

Y quiero acabar con estas otras de un hombre polifacético y bueno, espejo al que apuntan las cualidades que aquí he dibujado: “Te encuentres con quien te encuentres, siempre será alguien con el que hayas comido manzanas o viajado en el mismo tren. Por lo tanto, como tú mismo has dicho antes, lo mejor es buscar la verdadera felicidad para los otros”. Miyazawa Kenji

Muchas gracias – Arigato gozaimasu

Pedro Pablo Ontoria
(Madrid a 6 de marzo de 2014)


martes, 18 de febrero de 2014

La mano del orfebre



   Querid@s honobonian@s:

   La mano del orfebre. Que las cosas sean así, sin que aparentemente las haya tocado nadie. Ese es el secreto de la mano del orfebre.

   En una de las capillas laterales de la Basílica del Escorial hay un Cristo blanco. Benvenuto Cellini lo talló en 1572, pero su firma consta sólo en el pedestal a los pies. Nada en el cuerpo que flota en la penumbra hace pensar que ese mármol no fuera naturalmente así desde el principio de los tiempos.

   Cellini era orfebre, escultor, hombre del renacimiento, siervo de los duca de Florencia, apasionado, testarudo y magistral. Escribió un solo libro, su autobiografía personal y artística. Fundió una única escultura memorable, el Perseo. Y talló un único mármol digno de ser recordado: su Cristo blanco. Fue suficiente.

   El Cristo estaba destinado a su propia sepultura. Pagó de su propio bolsillo –lo que no era habitual- el bloque tosco y macizo de piedra que no podemos creer que haya existido… antes del cuerpo que vemos. Pero los hombres y mujeres del XVI eran menos libres que nosotros. O eso nos quieren hacer pensar. La (mala) prensa, la (mala) administración y la (mala) justicia ejercen con poder infatigable en nuestro siglo el papel de señores feudales y soberanos. Hay un primer paso: no los oigáis.

   La bondad no es así. La bondad se parece a la mano del orfebre. Existe de forma suave y natural. Pule mármoles hasta volverlos cálidos. Hechiza ojos sin cobertura y abraza sin distinción.

   De Miyazawa Kenji dicen que era un hombre bueno. Es el tipo de personas que nos interesa. Quien se esmera en las relaciones humanas y trabaja el lenguaje para volverlo espontáneo, sin que quede huella de su propio paso, es semejante también al orfebre.

   Miyazawa Kenji: El tren nocturno de la Vía Láctea, traducción de Montse Watkins, Gijón, Ed. Satori, 2012

   Lo comentaremos en nuestra próxima reunión:

   Lfont Tea Mountain
   C/Martín de los Heros, 37
   28008 Madrid
   Metro Argüelles
   De 19:00 a 21:00 h.

   Día 25 de febrero

   Un fuerte abrazo.

   Pedro Pablo Ontoria